blogue

26/12/12

Por papá: un estilo propio

Rebecca LeyThe Guardian

No diría que papá era un dandy antes de enfermar. Realmente nunca se interesó por las últimas tendencias, pero le gustaba la ropa, tenía cierto estilo, y a pesar de que normalmente era bastante tacaño, podía gastarse un dineral comprando aquellas prendas que le gustaban. Las chaquetas eran su debilidad, tenía unas 20 apretujadas en su guardarropa del piso de arriba. Y es innegable que el hombre era adicto a los abrigos.

Para el resto de la familia, las chaquetas eran... bueno, idénticas; invariablemente azul marino, normalmente un poco acolchadas y con algún toque náutico en ellas: forros de rayas, ojales de metal, detalles de nudos marineros…

Cada vez que nos enseñaba un abrigo nuevo, que nunca sería hasta meses después de haberlo comprado, todos nosotros nos reíamos disimuladamente de él a sabiendas “¿Realmente es un abrigo nuevo, papá? es exactamente igual que el resto”. Era una broma habitual en la familia.

Pero había uno que tenía un lugar especial en su corazón y que era diferente a los otros. El Abrigo. Lo había comprado cuando tenía 18 años, en una furgoneta de ropa enviada por Simpsons, una pequeña “tienda” de Penzance, al pueblo donde creció, St Buryan. Era un básico de tweed color carbón. En 1953 debía de resultar glamuroso que se vieran las puntadas en las costuras, nuevos aires de un mundo lejos de campos cenagosos y de la austeridad de la posguerra. Creo que la principal razón por la que lo atesoraba de aquella manera era que aún le quedaba perfectamente bien ya entrada la madurez. Como tantas otras cosas en su vida, éste era uno de sus grandes orgullos.

En consonancia con su estatus de celebridad, el abrigo sólo hacía su aparición en contadas ocasiones, sobre todo en los funerales de los ancianos de Cornualles, ese tipo de viejos marchitos que siempre parecían estar acechando tras los setos en los alrededor de St Buryan, agazapándose cuando pasábamos con el coche mientras papá pitaba y les gritaba por la ventanilla ¿todo bien compadre? Una vez que morían, se ponía sus mejores galas para despedirles como dios manda.

Ahora que él está igual de mayor que aquellos de entonces, no tiene demasiados motivos para arreglarse. En la residencia donde vive ahora todo está enfocado hacia la comodidad. Él pasa la mayor parte de su tiempo en zapatillas y ropa deportiva holgada – pantalones cortos de footing, camisetas, incluso sudaderas. Práctico sí, pero el tipo de ropa de la que en su día se habría burlado. Es extraño verlo así vestido, sus delgados tobillos y muñecas asomando por debajo del poliéster. El rufián más frágil del bloque.

Realmente ya no va a necesitar ponerse El Abrigo nunca más, ni tampoco en su armario, para lo que le queda en esta etapa de su demencia. Esa ropa era para vivir, para caminar por los acantilados, para hacer negocios, para trabajar en su barco. Los trajes cruzados, los jerséis de lana que picaba, los pantalones vaqueros y las camisetas de algodón que usaba en su momento, ahora estaban enmoheciéndose en un ropero.

Por todo esto, hace poco mi madre llevó todas sus antiguas prendas a la tienda de caridad local. Llevó bajo el brazo una gran pila con todas las pertenencias de papá y allí las dejó. Ya era hora de aceptar que él no las necesitaría nunca más.

Es extraño imaginar que su ropa será valorada en unas pocas libras y pasará a otras manos indiferentes. Simplemente las ropas de un anciano. Incluso me pregunto cuántas prendas se comprarán. Estaban pasadas de moda, los cuellos y las solapas eran demasiado grandes, y los colores eran sutiles, pero irremediablemente inapropiados.

Sin embargo, me gusta imaginar que alguien será capaz de valorar el atractivo de El Abrigo, aunque solo sea eso. Tenía un propietario cuidadoso y apenas unos cuantos kilómetros en su haber. Y, como Papá siempre solía decir, era de calidad, y las cosas de calidad duran para siempre.

Submeter um novo comentário