blogue

19/12/12

Por papá: UN SUEÑO FRUSTRADO

Rebecca Ley, The Guardian

En realidad deberíamos vender el barco de papá. Está en un pueblo de Cornualles, rodeado de andamios, y a pesar de que no es costero, está  tan cerca del mar que la brisa es salina. Ahora ya nunca podrá echarlo al agua. Para él, siempre será un casco a medio terminar.

La lógica dice que deberíamos venderlo al mejor postor antes de que se deteriore aún más, de manera que ese dinero pueda servir para cubrir  sus nuevas necesidades. Y sin embargo, es una pieza del puzle a la que no consigo hacer frente. Desde mis primeros recuerdos, siempre fue su pase hacia la libertad, el protagonista de sus sueños más felices.

Lo adquirió cuando yo tenía cinco años. Un velero de acero de 43 pies, comprado en un astillero de Barrow-in-Furness y trasladado precariamente por un remolcador hasta West Penwith, donde todavía sigue 28 años después.

Lo que compró era sólo un cascaron. Motivado por el hecho de que resultara más barato y en la confianza en sus propias habilidades, papá planeaba hacer las conexiones interiores él mismo. Siempre que tenía algo de tiempo libre, desaparecía para trabajar en él: los sábados por la tarde, las tardes de verano, los festivos… Este proyecto fue el telón de fondo de mi infancia, una constante reconfortante. Una obra de amor inconclusa.

A veces íbamos a visitarle, nos asombraba lo grande que era cuando, vacilantes, subíamos los temblorosos escalones que nos llevaban a perdernos en la oscuridad de su vientre.

Siempre que papá estuviera sudoroso, lleno de serrín y rodeado de un desorden de bayetas, latas de barniz, cajas de clavos y brocas inservibles, invariablemente estaba de buen humor y nos hablaba de los planes que tenía – las encimeras de teca para la minúscula cocina, el pequeño inodoro que iría escondido bajo las escaleras...

Yo iba a compartir habitación con mi hermana en la proa, dos camas separadas sólo un par de pies, lo suficientemente cerca como para poder compartir todas esas confidencias que nunca nos haríamos en casa.

“Cuando esté  acabado navegaremos por todo el mundo”, solía decir. “Tú vendrás ¿verdad?” y yo asentía, extasiada con solo imaginarlo. Mares cálidos en los que nadar, peces pescados por nosotros mismos para la cena, lo idílico de ir cada vez a un nuevo destino…

Era viajando cuando Papá sacaba lo mejor de sí. Se deshacía de sus preocupaciones como si trataran de un abrigo que deja de ser necesario cuando brilla del sol. Era fácil contagiarse de su entusiasmo. Y sin embargo, aun siendo una niña, una parte de mí nunca pudo imaginarnos navegando por  mares tropicales. ¿Qué pasaría con el colegio o con trabajos de mamá y papá?  Ese dormitorio delantero parecía un poco pequeño, incluso claustrofóbico ¿realmente me veía capaz de compartirlo durante varias semanas seguidas?

Creo que me costaba entenderlo. Para mi padre, su barco significaba libertad, aventura, escapar de las exigencias de la vida cotidiana. De hecho, su definitiva pérdida de interés por el proyecto resultó ser una prueba convincente de que para nosotros, como familia, algo iba terriblemente mal.

Dejó de hablar de echar el barco al agua algún día. Dejó de levantar la lona que lo cubría para permitir que respirara. Perdió el interés en los montones de revistas y libros de barcos que siempre formaban parte de sus lecturas a la hora de irse a la cama, y terminó dejándolos acumular polvo por las esquinas de casa. Si la demencia te roba lentamente a la persona que amas, para nosotros, esta era su tarjeta de presentación. Porque ¿quién era papá sino alguien que planeaba mandarlo todo a hacer gárgaras y desaparecer en el horizonte?

Ahora, un par de años después de esa desconcertante falta de interés, probablemente ni tan siquiera recuerda que alguna vez tuvo un barco. Lo cierto es que deberíamos poner un anuncio para venderlo pero no sé por dónde empezar – ¿eBay, un agente de barcos? Nunca me ha importado la logística para el transporte de una enorme pieza de acero como ésta.

Creo que aún nos lo quedaremos durante algún tiempo más. Este barco es la prueba de que cierto hombre existió algún día. La encarnación de sus sueños más intensos, aún lleno de sus herramientas, sintiendo la brisa, pero sin navegar hacia ninguna parte.

Submeter um novo comentário