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11/09/13

Por papá: El padre al que amaba ha desaparecido casi por completo

Rebecca Ley, The Guardian

En mi último viaje a Cornwall ha quedado claro que las cosas con Papá no van bien y sólo pueden ir a peor. Los flashes intermitentes del padre al que amaba han desaparecido casi por completo. Lo que queda de él es sólo un doloroso declive, algo oscuro e indigno sin valor constatable, y es por ello por lo que esta será mi última columna.

Al escribir sobre él, espero haber honrado a la persona que fue y haber podido conectar con otras personas que estén pasando por lo mismo. Creo de verdad que Papá hubiera querido que lo hiciera, y sé que habría estado orgulloso de todo lo que he dicho sobre él.

Además, tampoco creo que se hubiese ofendido conmigo en los momentos en los que he presentado su enfermedad de la manera más inquebrantable. Lo que le ha ocurrido ha sido insoportablemente triste y desagradable, pero compartir todos esos aspectos tenía un sentido– uno con el que él mismo habría estado de acuerdo.

Cada vez más y más personas desarrollan demencia, y es crucial que hablemos de ello para que los enfermos diagnosticados y sus familias no se sientan tan solos; de este modo se comparten estrategias que ayudan a afrontar y a abordar el estigma que aún rodea a este aterrador trastorno cerebral.

Cuando Papá empezó a mostrar los primeros signos de su enfermedad, nosotros nos  negamos a reconocerlo hasta que no nos quedó otra opción. Hubo varias ocasiones en las que podría haberse ocasionado, a él mismo o a cualquier otra persona, algún daño. Tal vez podríamos haberlo evitado si las implicaciones no nos hubieran aterrorizado de aquella manera, sencillamente no lo sé.

Pero, como con todas las cosas, hay un equilibrio. Ha llegado el momento de dejar que Papá emprenda esta última etapa de su viaje lo más pacíficamente posible, y darle al resto de mi familia el espacio suficiente para poder procesarlo.

Tengo miedo. Hace poco alguien me dijo que con la demencia sufres la pérdida de la persona varias veces; creo que es cierto, pero también sé que no tengo ni idea de cómo será realmente perderlo para siempre.

Deseo encarecidamente que pase lo que pase a continuación, no sea demasiado horrible para él, ya ha sufrió mucho más de lo creía posible. También espero, quizás egoístamente, que me dé la oportunidad de poder recordarle como era antes de que cayera enfermo, algo que en los últimos meses ha sido cada vez más difícil. Ahora me cuesta recordar el sonido de sus silbidos, su extraordinaria habilidad para calar a las personas y analizar situaciones, o aquellos momentos en los que de repente se ponía de un exultante buen humor.

Es difícil creer que alguna vez fuera ese hombre cuya aprobación buscaba desesperadamente y cuyas opiniones ocupaban un lugar preponderante en mi vida, el hombre competente que podía construir una casa o rectificar un motor, aquel que soñaba con navegar alrededor del mundo en el barco que él mismo había construido. Ojalá lo hubiera logrado mientras podía, sin embargo, sé que la idea de una vida sin ataduras, de navegar más allá  del horizonte, siempre fue su referente. Si en este momento pudiera pedir algo para él, sin duda sería que lograra ese tipo de libertad al fin.

Desde que empecé a escribir sobre Papá me he sentido arropada gracias al apoyo de los maravillosos mensajes de ánimo que he ido recibiendo; me han mostrado recursos de los que desconocía su existencia y  me han ofrecido consejos que sin duda me ha ayudado a sobreponerme en numerosas ocasiones. Por todo esto, y a aquellos que han leído esta columna regularmente, quiero daros las gracias, la sensación de no estar sola en esto me ha ayudado  más de lo que puedo expresar con palabras.

También me ha hecho darme cuenta de que hay mucha gente valiente por ahí, haciendo todo y más por las personas a las que aman. Pero eso, al final, es de lo que se trata ¿no? Eso es todo que tenemos.

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