blogue

16/01/13

Por papá: Sin respuestas

Rebecca Ley, The Guardian

Antes de que alguien cercano enferme gravemente, uno tiene tendencia a pensar que la medicina es una ciencia exacta, que siempre tiene la respuesta correcta o la prescripción perfecta. Los huesos rotos se sueldan de manera que  jamás se sienta dolor alguno. Pero desde que mi padre desarrolló demencia vascular, me he dado cuenta de que las opiniones difieren, de que se cometen errores. A veces es uno mismo el que tiene que decidir qué es lo puede dar mejor resultado.

Hay muchas zonas oscuras; uno anhela certezas, algo a lo que aferrarse. Podemos tomar el diagnóstico de mi padre como ejemplo. Todos sabíamos que algo andaba mal. Su memoria a corto plazo fallaba. En cualquier conversación añadía extrañísimas incongruencias. Por la noche, en la casa donde vivía solo, desarmaba su coche constantemente, quitándole las bisagras a las puertas y desmontando los distintos aparatos. Dejaba en nuestros teléfonos móviles diez mensajes ininteligibles seguidos y después, tan contento, volvía a llamar de nuevo, como si fuera la primera vez que lo hacía.

Sin embargo,  conseguir que las autoridades médicas admitieran que realmente le pasaba algo era prácticamente imposible.

Una parte de mí sabe que en ocasiones las cosas son como tienen que ser. A veces es mejor no ponerle nombre a esa “tierra de nadie” que hay entre la salud y la enfermedad, especialmente cuando tiene que ver con la pérdida de libertad del individuo. Y la confidencialidad es importante- los preocupados familiares pueden expresar sus opiniones sólo hasta cierto punto.

Sin embargo, aun hoy en día creo que nadie dedicó el tiempo suficiente para evaluarle correctamente, o se tomó en serio nuestras preocupaciones. En estas ocasiones, en las que uno se siente perdido, se necesita una mano que nos guie en el camino.

Papá siempre fue encantador, y siempre tenía miles de historias que contar. Cuando vino a casa la persona que finalmente envió su médico de cabecera para que valorara su estado, Papá simplemente se dedicó a representar su papel habitual. Incluso preparó el té, disimulando así las lagunas de su mente. El médico dijo que parecía estar bien. Últimamente había estado sometido a cierto estrés, tal vez fuera eso. Para estar seguro, le mandó unas pruebas para la detección del Alzheimer, que, como la demencia de Papa es de origen vascular, por supuesto resultaron negativas. Así pues, después de aquello, se determinó que mi padre estaba en plenas facultades.

Unos meses más tarde, las cosas fueron a peor. Papá seguía visitando la comisaría de policía y el hospital. Creo, rota de dolor, que quería que alguien con autoridad le ayudara a detener la confusión que atormentaba su cabeza. Por aquel entonces, como había roto la caldera y arrancado la cerradura de la puerta principal, su casa estaba helada. Y si conseguíamos arreglarlas, él las rompía nuevamente la noche siguiente. Tras todo esto, la misma persona encargada de evaluarle la vez anterior, volvió de nuevo y le hizo las mismas pruebas. Esta vez el diagnóstico fue “probable demencia vascular”.

Encuentro ese “probable” exasperante, incluso ahora. Simplemente no entiendo que quepa lugar a dudas, cuando evidentemente estaba tan mal. Y si era eso ¿por qué no le dedicaron un poco más tiempo para estar seguros?

Sé que el Sistema Nacional de Salud está atado. Tengo en cuenta la necesidad de ser precavido. Sin embargo podrían haber evitado todos esos meses aterradores que pasamos en los que Papá estuvo tan absolutamente fuera de control. Podrían haber impedido que Papa estuviera todas esas horas que pasaba al volante de su elegante Citroën rojo por los caminos rurales, cuando no era seguro. Podían haber impedido todos esos momentos en los que estuvo a punto de la hipotermia, solo arropado por una fina manta, en las especialmente heladoras noches de su solitaria casa junto al mar.

Parece difícil de creer, pero esto fue hace tan sólo dos años y medio. Su deterioro ha sido tan absoluto, que resulta irrisorio recordar nuestra incertidumbre sobre si estaba enfermo o no.

Y aunque en este momento el diagnóstico es indiscutible, persisten otras ambigüedades. ¿Debería empezar a tomar antipsicóticos o dañarán su ya débil corazón? ¿Ayuda el Valium a que esté más tranquilo o sólo le atonta? ¿Con qué frecuencia va a tener esos microinfartos cerebrales que agudizan su deterioro?...

Lo más aterrador es no estoy segura de que haya respuestas correctas. Sin embargo eso no me impide seguir buscándolas.

Submeter um novo comentário